viernes, 30 de agosto de 2013

LA COMPETENCIA DEL PROFESOR UNIVERSITARIO






La universidad, lugar donde el profesor universitario desarrolla su trabajo, está en uno de los mayores momentos de transformación de su historia; algunos de estos procesos han sido provocados directamente por los cambios sociales que se están sucediendo, otros por la tendencia al “rendimiento de cuentas” que se está instaurando en el sector privado y otros.

Estos profundos cambios por la calidad y la internacionalización que está viviendo la universidad, conllevan alteraciones en las funciones, roles y tareas asignadas al profesor, exigiéndole a este el desarrollo de nuevas competencias para desarrollar adecuadamente sus funciones profesionales.

Todo ello ha generado nuevas necesidades formativas, provocando esto el desarrollo de planes formativos pedagógicos específicos para este colectivo; siendo imprescindible definir el nuevo perfil competencial que debe atesorar el profesor universitario para desarrollar adecuadamente sus nuevas funciones, en los diferentes escenarios de actuación profesional.

En este artículo se presenta un perfil competencial del profesor universitario.



  • Un cambio de paradigma educativo (pasándose de centrar la atención en la enseñanza y en el profesor a centrarse, ahora, en el aprendizaje y el alumno)

  • Unos cambios estructurales (en la universidad, nuevo diseño curricular modular e interdepartamental, etc.)

  • Y unos cambios sustantivos (relacionados con los dos apartados anteriores, como por ejemplo: revisión de los objetivos de aprendizaje en términos de competencias, revisión de los conocimientos de cada título, cambio de la concepción docente y de culturas profesionales arraigadas, revisión de las metodologías utilizadas, nuevos modelos de evaluación, etc.).


A partir de los años 90 se ha iniciado un importante debate sobre la necesidad de llevar a cabo profundas transformaciones cuantitativas y cualitativas en la educación superior como respuesta a las nuevas demandas económicas, sociales y educativas.

Aspectos tales como la apertura de los mercados, la internacionalización de las economías, la globalización y la diversificación de los sistemas productivos, reclaman a las instituciones de educación superior formar graduados preparados para actuar en un entorno cambiante, donde las competencias profesionales se presentan como factores distintivos de la calidad de la formación.

Race (1998) plantea cuatro factores que interactúan y están provocando un cambio acelerado en el planteamiento de la formación superior:
  • La explosión del conocimiento: alta velocidad y cantidad de generación y a la vez, obsolescencia del mismo.

  • La revolución en las comunicaciones, caracterizada por una cada vez más masiva presencia de las tecnologías de la información y la comunicación en la enseñanza superior.

  • El rápido incremento del conocimiento sobre cómo se aprende de una manera efectiva.

  • El fortalecimiento (empowerment) del que aprende como consecuencia del cambio de paradigma: de la docencia al aprendizaje.


Según Rodríguez Espinar (2003) algunos analistas aseguran que no ya cambios, sino mutaciones que harán irreconocible la universidad del siglo XXI. Asimismo, en un contexto que parece dominado por la máquina tecnológica emerge, una vez más, la figura del profesor/a universitario como columna central del nuevo edificio, si bien éste deberá, como otros muchos profesionales, reconstruir una identidad profesional que se adapte a los nuevos papeles y funciones que desarrollará en los nuevos escenarios de actuación.

Los profesores, como facilitadores del aprendizaje, deberán familiarizarse con los distintos métodos docentes para aplicarlos en sus áreas específicas. El abanico de posibilidades es amplio y requiere una reflexión para decidir el método que se adecúa a cada asignatura dentro de un sistema más interactivo.

Ciertamente, el perfil profesional del docente universitario del siglo XXI se ha de volver más complejo.

Rodríguez Espinar (2003) considera que un buen profesor universitario habrá de reunir las siguientes competencias:
Dominar tanto el conocimiento de su disciplina como la gestión del mismo.
Innovar sobre su propia práctica docente, lo que implica reflexionar e investigar integrando el conocimiento disciplinar y el pedagógico como vía para la mejora continua.

Dominar las herramientas relacionadas con el currículo (diseño, planificación y gestión del mismo).

Saber favorecer entre los alumnos un clima de motivación hacia un aprendizaje de calidad.

Saber trabajar en colaboración con colegas y potenciar el aprendizaje colaborativo entre los alumnos.

Poseer las habilidades comunicativas y de relación que la función docente requiere.

Estar comprometido con la dimensión ética de la profesión docente.
En cuanto a los estudiantes, el principal reto es que éstos asuman la responsabilidad de su propio aprendizaje y que aprendan a aprender.

En una primera fase, será necesario que las universidades les ayuden de forma explícita a aprender cómo facilitar su tiempo, a trabajar en equipo, a adoptar técnicas de comunicación efectiva o dominar otras lenguas distintas de la materna.

En su función de guía y apoyo, será fundamental que el profesorado asuma un papel activo a la hora de convencer a los alumnos de la necesidad de su implicación y los beneficios personales y profesionales que ésta supondrá.

Se ha demostrado que este tipo de cuestionarios son muy confiables para obtener información sobre las características de la competencia docente, “ya que el alumno es el más directo observadorde las habilidades del profesor” (Muñoz San Roque, 2004: 322).

La tarea docente es multidimensional; hay factores que se pueden medir y factores que no se pueden medir, por lo que sería equivocado concluir que a través de un cuestionario están suficientemente identificados los aspectos cognitivos y afectivos que se ponen en juego en el proceso enseñanza-aprendizaje.
Por otra parte, Barnett (2002) argumenta que la universidad se enfrenta a la supercomplejidad, en la que se ven continuamente desafiados los propios marcos de comprensión, acción y autoidentidad.

Es decir, la educación superior tiene que atender a la acción. Una educación superior que se limitara al dominio del conocer, dejaría a los graduados en situación de vulnerabilidad en el ámbito de la acción. Además, desarrollar la autoidentidad de los estudiantes tendría como resulta una estrategia pedagógica insuficiente.

Es decir, varios expertos reflejan en sus escritos y ponencias en diferentes entornos, la necesidad de impulsar la implementación de nuevos modelos universitarios, con planes curriculares actualizados y metodologías de enseñanza-aprendizaje sometidas a revisiones y modificaciones continuas, donde el papel del docente debe afrontar cambios muy significativos en su accionar

García Ramos (1997: 384) hace una excelente síntesis de las dimensiones de la competencia del profesor universitario extraídas de diversas investigaciones:

1. Dominio de la asignatura (condición necesaria, aunque no suficiente para una docencia de calidad).

2. Didáctico-técnica: programación-organización, evaluación y uso de recursos didáctico-metodológicos que favorecen la claridad de la exposición y desarrollo de la materia.

3. Comunicación con el alumno: aspecto relacionado con el anterior, pero con el énfasis puesto en la consecución de una adecuada comunicación con el alumno, a nivel grupal y a nivel individual- personal. Un adecuado clima de relación
profesor-alumno.

Finalmente, Avecedo (2003) propone un modelo de competencia docente compuesto por los siguientes factores:

1. Entusiasmo del profesor.
2. Interacción con el alumno.
3. Evaluación.
4. Organización y recursos.
5. Presentación del contenido y dominio.
6. Valoración global del curso.

Según Villa y Morales (1993), el trabajo del profesor engloba distintas dimensiones, vividas desde situaciones y momentos diversos del trabajo docente:

1. Cualidades personales.
2. Competencias docentes:
• Comunicación con los estudiantes.
• Organización y conocimiento de la materia.
• Reflexión en el ámbito docente.
• Relaciones interpersonales con los estudiantes.
• Evaluación de la enseñanza.
3. Actuación del docente en el aula.
4. Experiencias de aprendizaje de los alumnos.
5. Resultados de aprendizaje o eficacia.






Entre las muchas conclusiones de los estudios de medición de la competencia docente se ha encontrado que, respecto a los rasgos de personalidad o valoración de las cualidades del profesor, los profesores más valorados por los alumnos son aquellos que se muestran más humanos, es decir, más cercanos y con mayor facilidad para relacionarse con los alumnos, más afectuosos y democráticos. No se trata de conductas específicas que se producen sólo en el aula, sino que son parte integral del modo de ser del profesor. A estos factores se les llama indicadores de presagio (García Ramos y Congosto, 1996: 127).


NICOLAS CAPELLAN GENAO
97-0385