La universidad, lugar donde el profesor universitario
desarrolla su trabajo, está en uno de los mayores momentos de transformación de
su historia; algunos de estos procesos han sido provocados directamente por los
cambios sociales que se están sucediendo, otros por la tendencia al
“rendimiento de cuentas” que se está instaurando en el sector privado y otros.
Estos profundos cambios por la calidad y la
internacionalización que está viviendo la universidad, conllevan alteraciones
en las funciones, roles y tareas asignadas al profesor, exigiéndole a este el
desarrollo de nuevas competencias para desarrollar adecuadamente sus funciones
profesionales.
Todo ello ha generado nuevas necesidades
formativas, provocando esto el desarrollo de planes formativos pedagógicos
específicos para este colectivo; siendo imprescindible definir el nuevo perfil
competencial que debe atesorar el profesor universitario para desarrollar
adecuadamente sus nuevas funciones, en los diferentes escenarios de actuación
profesional.
En este artículo se presenta un perfil competencial del
profesor universitario.
- Un
cambio de paradigma educativo (pasándose de centrar la atención en la
enseñanza y en el profesor a centrarse, ahora, en el aprendizaje y el
alumno)
- Unos cambios estructurales (en la
universidad, nuevo diseño curricular modular e interdepartamental, etc.)
- Y unos cambios sustantivos (relacionados con
los dos apartados anteriores, como por ejemplo: revisión de los objetivos de aprendizaje
en términos de competencias, revisión de los conocimientos de cada título,
cambio de la concepción docente y de culturas profesionales arraigadas,
revisión de las metodologías utilizadas, nuevos modelos de evaluación,
etc.).
A partir de los años 90 se ha iniciado un importante
debate sobre la necesidad de llevar a cabo profundas transformaciones
cuantitativas y cualitativas en la educación superior como respuesta a las
nuevas demandas económicas, sociales y educativas.
Aspectos tales como la apertura de los mercados, la
internacionalización de las economías, la globalización y la diversificación de
los sistemas productivos, reclaman a las instituciones de educación superior
formar graduados preparados para actuar en un entorno cambiante, donde las
competencias profesionales se presentan como factores distintivos de la calidad
de la formación.
Race (1998) plantea cuatro factores que interactúan y
están provocando un cambio acelerado en el planteamiento de la formación
superior:
- La explosión del conocimiento: alta
velocidad y cantidad de generación y a la vez, obsolescencia del mismo.
- La revolución en las comunicaciones, caracterizada por
una cada vez más masiva presencia de las tecnologías de la información y
la comunicación en la enseñanza superior.
- El rápido incremento del conocimiento sobre
cómo se aprende de una manera efectiva.
- El
fortalecimiento (empowerment) del que aprende como consecuencia del cambio
de paradigma: de la docencia al aprendizaje.
Según Rodríguez Espinar (2003) algunos analistas aseguran
que no ya cambios, sino mutaciones que harán irreconocible la universidad del
siglo XXI. Asimismo, en un contexto que parece dominado por la máquina
tecnológica emerge, una vez más, la figura del profesor/a universitario como
columna central del nuevo edificio, si bien éste deberá, como otros muchos
profesionales, reconstruir una identidad profesional que se adapte a los nuevos
papeles y funciones que desarrollará en los nuevos escenarios de actuación.
Los profesores, como facilitadores del aprendizaje,
deberán familiarizarse con los distintos métodos docentes para aplicarlos en
sus áreas específicas. El abanico de posibilidades es amplio y requiere una
reflexión para decidir el método que se adecúa a cada asignatura dentro de un
sistema más interactivo.
Ciertamente, el perfil profesional del docente
universitario del siglo XXI se ha de volver más complejo.
Rodríguez Espinar (2003) considera que un buen profesor
universitario habrá de reunir las siguientes competencias:
Dominar tanto el conocimiento de su disciplina como la
gestión del mismo.
Innovar sobre su propia práctica docente, lo que implica
reflexionar e investigar integrando el conocimiento disciplinar y el pedagógico
como vía para la mejora continua.
Dominar las herramientas relacionadas con el currículo
(diseño, planificación y gestión del mismo).
Saber favorecer entre los alumnos un clima de motivación
hacia un aprendizaje de calidad.
Saber trabajar en colaboración con colegas y potenciar el
aprendizaje colaborativo entre los alumnos.
Poseer las habilidades comunicativas y de relación que la
función docente requiere.
Estar comprometido con la dimensión ética de la profesión
docente.
En cuanto a los estudiantes, el principal reto es que
éstos asuman la responsabilidad de su propio aprendizaje y que aprendan a
aprender.
En una primera fase, será necesario que las universidades
les ayuden de forma explícita a aprender cómo facilitar su tiempo, a trabajar
en equipo, a adoptar técnicas de comunicación efectiva o dominar otras lenguas
distintas de la materna.
En su función de guía y apoyo, será fundamental que el
profesorado asuma un papel activo a la hora de convencer a los alumnos de la
necesidad de su implicación y los beneficios personales y profesionales que
ésta supondrá.
Se ha demostrado que este tipo de
cuestionarios son muy confiables para obtener información sobre las
características de la competencia docente, “ya que el alumno es el más directo
observadorde las habilidades del profesor” (Muñoz San Roque, 2004: 322).
La tarea
docente es multidimensional; hay factores que se pueden medir y factores que no
se pueden medir, por lo que sería equivocado concluir que a través de un
cuestionario están suficientemente identificados los aspectos cognitivos y
afectivos que se ponen en juego en el proceso enseñanza-aprendizaje.
Por otra parte, Barnett (2002)
argumenta que la universidad se enfrenta a la supercomplejidad, en la que se
ven continuamente desafiados los propios marcos de comprensión, acción y
autoidentidad.
Es decir, la educación superior
tiene que atender a la acción. Una educación superior que se limitara al
dominio del conocer, dejaría a los graduados en situación de vulnerabilidad en
el ámbito de la acción. Además, desarrollar la autoidentidad de los estudiantes
tendría como resulta una estrategia pedagógica insuficiente.
Es decir, varios expertos reflejan
en sus escritos y ponencias en diferentes entornos, la necesidad de impulsar la
implementación de nuevos modelos universitarios, con planes curriculares actualizados
y metodologías de enseñanza-aprendizaje sometidas a revisiones y modificaciones
continuas, donde el papel del docente debe afrontar cambios muy significativos
en su accionar
García Ramos (1997: 384) hace una
excelente síntesis de las dimensiones de la competencia del profesor
universitario extraídas de diversas investigaciones:
1. Dominio de la asignatura
(condición necesaria, aunque no suficiente para una docencia de calidad).
2. Didáctico-técnica:
programación-organización, evaluación y uso de recursos didáctico-metodológicos
que favorecen la claridad de la exposición y desarrollo de la materia.
3. Comunicación con el alumno:
aspecto relacionado con el anterior, pero con el énfasis puesto en la
consecución de una adecuada comunicación con el alumno, a nivel grupal y a
nivel individual- personal. Un adecuado clima de relación
profesor-alumno.
Finalmente, Avecedo (2003) propone
un modelo de competencia docente compuesto por los siguientes factores:
1. Entusiasmo del profesor.
2. Interacción con el alumno.
3. Evaluación.
4. Organización y recursos.
5. Presentación del contenido y
dominio.
6. Valoración
global del curso.
Según
Villa y Morales (1993), el trabajo del profesor engloba distintas dimensiones,
vividas desde situaciones y momentos diversos del trabajo docente:
1.
Cualidades personales.
2.
Competencias docentes:
•
Comunicación con los estudiantes.
•
Organización y conocimiento de la materia.
•
Reflexión en el ámbito docente.
•
Relaciones interpersonales con los estudiantes.
•
Evaluación de la enseñanza.
3.
Actuación del docente en el aula.
4.
Experiencias de aprendizaje de los alumnos.
5. Resultados de
aprendizaje o eficacia.
Entre las muchas conclusiones de los
estudios de medición de la competencia docente se ha encontrado que, respecto a
los rasgos de personalidad o valoración de las cualidades del profesor, los
profesores más valorados por los alumnos son aquellos que se muestran más
humanos, es decir, más cercanos y con mayor facilidad para relacionarse con los
alumnos, más afectuosos y democráticos. No se trata de conductas específicas
que se producen sólo en el aula, sino que son parte integral del modo de ser
del profesor. A estos factores se les llama indicadores de presagio (García Ramos y Congosto, 1996:
127).
NICOLAS CAPELLAN GENAO
97-0385